Con dos croquetas: Parar en la Gran Vía
Los que somos de Madrid sabemos que hay dos cosas para las
que hay que tener croquetas. Una:
decirle a un autobusero que has tocado
el botón de parada por error y por eso nadie se baja en esta parada. No
suelen contestar, solo te miran, con mirada larga y fulminante que, sin hablar,
dice claramente “Ahí te quedes parado y de pie para los restos”, lo que,
teniendo en cuenta como conducen, es una maldición gitana de las gordas. Dos: parar en la Gran Vía para lo que sea, incluso bajar del coche a tu pobre madre de noventa años con la cadera rota.
Inmediatamente, un agente de movilidad
se materializa a tu lado, jurao por estas, no había ni uno en toda la calle pero allí está, a diez centímetros de
tu coche con cara de estar disfrutando.
Hay una gran
variedad de razones urgentes para parar el coche en la Gran Vía, aunque solamente Esperanza
Aguirre y otros dos, cuyos nombres no recordamos, hayan tenido las
croquetas necesarias para hacerlo. La
multa nos da igual a todos y, para ser sincera, el atasco que provocamos también, lo verdaderamente acongojante es aguantar la chulería del agente que aparece con algo amarillo
reflectante encima, creyéndose con derecho a someterte a un interrogatorio de
primer grado, que te mira con esa cara que grita sin hablar: “Soy el cherif, vale?” y tu allí, en medio de la calle con cara de
culpable y preguntándote cuando va a empezar a registrarte el bolso. La que lían los agentes de movilidad es
mucho mayor que la que evitan. En lugar de dos minutos para bajar a tu
madre, te montan una que dura 15 minutos. Super,
super.
Así que, sí, Esperanza, NO debiste parar allí, habiendo, como hay, unos nueve cajeros
alrededor en los que no estorbas, pero, hija, no sabes la admiración que siento porque te hayas puesto chulapa con uno de
estos Rambos de pacotilla llamados Agentes de Movilidad que pululan por el
centro de Madrid. Ole tus
croquetas!!!
Haaasta pronto!
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